¿Qué tan Justa Crees que Eres?

Proverbios 11

Por Aimeé Pérez

¡Buenos días mujercitas, espero se encuentren bien! Hoy estaré hablando acerca del proverbio 11 y cuando lees este proverbio no puedes dejar de notar que la palabra “justo” y sus variantes saltan por todas partes.

Y para hablar de justicia es necesario comprender que, la justicia de Dios no es la misma que la de nosotras; la de Dios es perfecta y esto incluye que no cambia, y la de nosotros cambia y dista de ser perfecta, por ejemplo, hay lugares en donde las leyes permiten que se golpee a la mujer, pero eso seguramente nos parece injusto a todas nosotras, ¿cierto?

Y es que, aunque el ser humano puede hacer cosas justas, no es justo en sí mismo, ni todo el tiempo; constantemente la regamos y actuamos en nuestro beneficio.

Si lo meditas un poco te vas a dar cuenta que no eres tan justa ni como piensas que eres, ni cómo te gustaría ser, ni como Dios manda. Con nuestra manera de actuar exigimos que se nos trate de una manera que no somos. Exigimos respeto siempre, pero no siempre lo damos, demandamos explicación de muchas cosas, pero nosotras no siempre estamos dispuestas a dar una explicación, pedimos que no se nos mienta pero mentimos, queremos que no nos griten, que no nos hagan caras y que nos aguanten cuando andamos de malas, pero somos las primeras en gritar, hacer caras y desesperarnos cuando alguien está de malitas.

Somos todo menos justas, nuestra balanza está completamente inclinada hacia nosotras mismas y por lo mismo hay tanto conflicto en nuestro entorno. No cedemos lo que creemos que es nuestro derecho y exigimos cosas que nosotras mismas no damos.

Cómo hijas queremos que nuestros padres nos hagan todo lo que nosotras queremos (que nos den permisos, libertad, que nos compren cosas, más tarde que nos cuiden a los nietos y que nos apoyen en todo) pero no estamos dispuestas ni a recoger nuestro propio tiradero o a pasar tiempo con ellos. Como que creemos que por el único hecho de que somos sus hijas nos deben algo, no importa que tengamos 15, 20 o 45 años, piénsalo ¿cuándo fue la última vez que hablaste con tus papás sobre sus vidas? Que les preguntaste genuinamente ¿cómo estaban? o ¿cómo se sentían? ¿sabes cuáles son sus retos? ¿cómo puedes orar por ellos? O que piensas ¿qué ellos no te necesitan? No seas injusta, involúcrate, cuídalos, ayúdalos exactamente igual o mejor que ellos lo han hecho contigo.

Como esposas también somos injustas porque exigimos tiempo, dinero, sinceridad, transparencia, amor, respeto… pero ¿eres buena administradora? ¿eres sincera y transparente incluso con los asuntos “escabrosos” como la educación de los hijos, finanzas, la relación con la familia política? Y ¿qué tal el respeto? ¿lo respetas como exiges que te respete? ¿qué tal cuando lo confrontas con algún defecto? ¿eres dulce y tierna como te gustaría que él fuera contigo?

Pero como madres no somos tan diferentes, porque es mucho más sencillo educar conforme a nuestra comodidad; si nos da flojera o vamos a salir con amigas, nos hacemos las de la vista gorda. O educamos conforme a nuestro estado de ánimo, ¡Es más, hay un dicho en inglés que dice: “sí mamá está contenta, todos están contentos”! y es cierto; si estamos cansadas, los hijos la pagan, si estamos en nuestros días, los hijos la llevan, si nos enojamos con el marido, nos desquitamos con los hijos.

¡No me pueden decir que somos justas, no somos justas! no somos parejas, no damos lo que nos gustaría que nos dieran, ni medimos a todos con la misma medida con la que nos medimos a nosotras. Jesús lo explicó de esta manera en Mateo 7: “con el juicio con el que juzgas serás juzgada, y con la medida con la que mides serás medida” y más adelante dice: “¡Hipócrita! saca primero la viga de tu propio ojo, y entonces verás bien para sacar la paja del ojo de tu hermano”.

Y nos la pasamos en conflicto y problemas porque exigimos y esperamos lo que no damos, y obviamente no vemos los resultados que quisiéramos ver, pero claro que no los vamos a ver porque el cambio comienza cuando Dios trabaja en nosotras.

La Biblia es muy clara cuando dice que no hay ninguna persona justa, ni siquiera una; solo Cristo lo fue, y por eso dice que el justo (o sea Cristo) murió por los injustos (o sea, tu y yo). Y necesitamos reconocer que no somos justas y aceptar el sacrificio que Cristo hizo por ti y por mí.

Sólo entonces podemos comenzar a ver las cosas cada vez más como Dios las ve y así comienza el cambio real en nuestra vida y en nuestro entorno. Porque créanme, cuando una mujer busca actuar de manera recta, integra y justa delante de Dios (no delante de ella ni de las personas, sino de Dios) las cosas cambian y entonces atestiguamos que “el fruto del justo es árbol de vida” y que “ciertamente el justo será recompensado en esta tierra”.

Las cosas comienzan a caminar diferente, no quiere decir que se acaben nuestros problemas, pero si los pleitos y las relaciones quebrantadas y las enemistades con la gente.

Así que esta semana te dejo con esto para que medites, pero también te dejo con la tarea de que leas Mateo 7 porque esto va a ayudarte a poder abrir bien los ojos. Agradécele a Dios por el sacrificio de Cristo, por su Palabra y porque te muestra el camino que debes de andar.

¡Que tengas una linda semana y que Dios te bendiga!


Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *