Volvamos a las Escrituras

Para nosotros la Palabra de Dios es de vital importancia. Conforme pasa el tiempo hemos visto con tristeza cómo la predicación motivacional, las experiencias personales de hombres y mujeres, así como los sueños y la revelación individual han reemplazado la Palabra de Dios en los púlpitos de las iglesias.

Cuando los reformadores cambiaron la mesa de los sacramentos por el púlpito, pusieron la Biblia sobre el púlpito y al predicador detrás de ésta enfatizando la supremacía de la Palabra de Dios. Pareciera que ahora en muchos de los casos todo se centra en el predicador; el púlpito ha sido reemplazado por escenarios con luces de colores y en lugar de la Biblia un elocuente conversador que entretiene y le dice a la gente lo que quieren escuchar. No muy diferente a los falsos profetas del Antiguo Testamento.

Ahora las doctrinas que cientos de hombres y mujeres se negaron a negociar y dieron sus vidas por preservar íntegras, son negociables y maleables hasta que se ajusten a lo que es popular y a lo que atrae gente sin importar qué tan veraz sea la enseñanza.

Hemos estado en iglesias en las que durante todo el sermón nunca se citó la Biblia ni una sola vez. Se habló de psicología, sociología y se dieron buenos consejos y se exhortó a la gente a ser mejores. Pero no se dijo nada de Dios.

Aún cuando no todas las iglesias son así, creemos importante comunicar nuestra preocupación por regresar a las Escrituras, por predicar la Palabra. Fue la misma preocupación del apóstol Pablo cuando le escribió a Timoteo: “Te encarezco delante de Dios y del Señor Jesucristo, que juzgará a los vivos y a los muertos en su manifestación y en su reino, que prediques la palabra; que instes a tiempo y fuera de tiempo; redarguye, reprende, exhorta con toda paciencia y doctrina. Porque vendrá tiempo cuando no sufrirán la sana doctrina, sino que teniendo comezón de oír, se amontonarán maestros conforme a sus propias concupiscencias, y apartarán de la verdad el oído y se volverán a las fábulas.” (2 Timoteo 4:1-4).

Cuando vamos a la iglesia debemos buscar escuchar acerca de Dios; qué es lo que Dios quiere decirnos, no el predicador. Buscamos aprender los principios de Dios para nuestra vida no únicamente las experiencias de alguien más. Deseamos conocer “todo el consejo de Dios” no nada más los temas que no nos incomoden. Queremos saber cómo nos ve Dios y como podemos acercarnos al trono de su gracia.

Decir que volvamos a las Escrituras es apelar a una predicación expositiva. Apelar a escudriñar cada versículo, cada capítulo en su contexto original y conocer el corazón de Dios conforme nos lo revela el Espíritu Santo mediante su Palabra. Es guardar silencio y escuchar lo que Dios tiene que decirnos. Es poner la Biblia al frente y al predicador detrás.