Día 8 “La Ansiedad y las malas relaciones”
¡Buenos días, espero se encuentren bien! En el video pasado hablé acerca de la ansiedad que se genera por haber tomado malas decisiones y es que muy a menudo ignoramos el consejo de Dios ya sea por ignorancia, incredulidad, conveniencia o porque creemos que así evitaremos más problemas, pero el chiste es que nos apartamos de lo que Dios manda y eso siempre nos va a traer malas consecuencias, entre ellas, ansiedad. Pero hoy platicaré acerca de la ansiedad que se origina en las malas relaciones.
La verdad es que las relaciones humanas son en extremo difíciles porque, como bien dicen, cada cabeza es un mundo y no solo eso, todos nos creemos el centro del universo; queremos que nos escuchen, pero no nos gusta escuchar, queremos que nos hablen con respeto, admiración y cariño, pero nosotros no hablamos así, queremos que nos tengan paciencia, pero rara vez somos pacientes, queremos que nos amen, pero no nos gusta amar como a nosotros mismos. Y eso puede romper las relaciones más íntimas y causar mucho daño y angustia.
Tal es el caso de Jacob y Esaú. Verán a Esaú le correspondía casi toda la herencia porque era el hermano mayor, pero Jacob engaña al papá y se roba la primogenitura de Esaú y termina huyendo para salvar su vida. Y pasaron muchísimos años para que Jacob regresara, es más, cuando Dios le ordenó que regresara sus padres ya habían muerto, ya tenía dos esposas, varios hijos y era un hombre próspero…
Y en el camino de regreso Jacob manda a unos de sus hombres que se adelanten para tantear como están las cosas con Esaú, y que le hagan saber que viene de regreso pero que es un hombre próspero con muchas posesiones y criados. Pero en cuanto Esaú se entera agarra 400 hombres y sale a su encuentro.
Ahora, imagínate saber que tu hermano con el que te habías peleado a muerte salió tras de ti con 400 hombres, pues por supuesto que Jacob cayó en pánico, el texto dice que un temor muy grande y una angustia profunda se apoderaron de él. En la noche no podía dormir, no sabía ni que hacer y se pone a maquinar una estrategia para apaciguar la ira de su hermano y se le ocurre irle mandando muchos regalos, dividir a su familia en dos campamentos y al último presentarse él.
Pero para sorpresa de todos cuando Esaú lo vio, lo besó y lo abrazó fuertemente, y entonces dice el relato, que ambos se soltaron llorando…
¿Se imaginan la angustia y la ansiedad que había experimentado Jacob desde que salió huyendo? La angustia de no poder estar cuando se enfermaron o murieron sus padres, el miedo a que Esaú lo fuera a buscar algún día o que aún quisiera matarlo después de todos esos años…
Pero me encanta esta historia porque ejemplifica perfectamente lo que hace el pecado con nuestras relaciones personales; nos aparta de nuestros seres queridos, nos enemista, nos confunde, nos hace imaginar los escenarios más escabrosos, nos hace actuar de manera desproporcionada y creer que las personas van a actuar de determinada forma.
Y yo creo que, en menor o mayor escala, todos podemos hacer lo mismo que hizo Jacob: darle la vuelta a la reconciliación. Muchísimas personas ¡qué digo personas! familias enteras han dejado de hablarse por un pleito que nunca se arregló. Porque creyeron que era mejor dejar que las cosas se arreglaran por sí solas esperando que el tiempo lo resolviera, de hecho, es bien común escuchar que “el tiempo es sabio y lo cura todo” ¡como si el tiempo fuera un personaje viejo y sabio que va a actuar a favor de nosotros! no es cierto ¡las cosas que no se resuelven, no se resuelven y difícilmente se olvidan! Y tienen todo el potencial de quedarse en nuestro interior años enteros y de causarnos muchísima ansiedad y angustia.
El problema es que el orgullo respinga y nos cuesta trabajo ver lo que nosotros hacemos, la soberbia se interpone y pasamos mucho tiempo pensando en lo que nos hicieron, maximizamos lo que nos hacen y minimizamos lo que hicimos.
Por eso debemos pedirle al Espíritu Santo que nos muestre nuestro pecado, pedirle perdón a Dios, pero no nada más quedarnos ahí, tenemos que restaurar la relación. Esto es tan importante que Jesús mismo dijo que si vas a llevar el dinero al altar y ahí te acuerdas que estás mal con tu prójimo, dejes tu dinerito a un lado y te vayas a reconciliar.
Y para restaurar la relación debemos romper el silencio y propiciar el dialogo. Y aquí comienza lo bueno porque, cuando decimos “dialogo” inmediatamente pensamos en “yo voy a hablar, a mí me van a entender, yo tengo algo que decir y me tienen que escuchar”, cuando debe ser al revés; debemos preguntar ¿qué te hice? ¿cómo te lastime? Y cuando escuchamos debemos refrenar ese diálogo interno que busca refutar y desacreditar lo que nos están diciendo, miren ese dialogo se vuelve un dialogo esquizofrénico, oyes la voz de la persona que te está hablando, más dos o tres voces en tu mente que te están diciendo como defenderte y contraatacarlo. No se trata de buscar culpables, sino de arreglar el problema. “Si es posible, en cuanto dependa de vosotros, estad en paz con todos los hombres”. Tenemos que hacer todo lo que está de nuestra parte.
Y por supuesto que tú también puedes hablar y expresar lo que sientes, pero siempre teniendo como meta que quieres tener una buena relación. No es lo mismo decir “Eres un ratero oportunista, te robaste mi herencia” a decir “Me lastimaste profundamente porque tomaste lo que no te pertenecía y me ha costado muchísimo trabajo salir adelante”.
Ahora, también sé que existen las relaciones abusivas en las que genuinamente una de las dos partes en verdad no hizo mucho, mientras que la otra parte es controladora, impositiva o iracunda. Pero aun en esos casos puedes modelar el carácter de Cristo y abrir tus sentimientos de una manera honesta, pero sin atacar, siendo directo, pero sin ofender, abierto, pero sin buscar destruir, comprendiendo que no todos tenemos una relación con Dios y que no todos tenemos la misma madurez espiritual.
La ansiedad que se origina en las malas relaciones nos puede acompañar toda la vida, por eso es importante que, con la ayuda del Espíritu Santo te pongas a cuentas primero con Dios y luego con las personas. Pero también es bueno mencionar que a veces las relaciones se desquebrajan tanto que quizás ya no vuelvan a ser tan estrechas o íntimas, y tampoco debemos forzarlo, aunque si debemos de estar prontos a ayudar a nuestro prójimo si nos necesita.
Pero ¿qué pasa en aquellos casos en los que la persona ya falleció o en los que en verdad es imposible el diálogo? bueno, en esos casos debemos, primeramente, ponernos en paz con Dios y entregarle el pasado, pero también ayuda mucho escribir una carta a la persona abriendo nuestro corazón con honestidad y descansando en que Dios tiene un plan para todas las cosas. Después de escribirla, léela y vuelve a leerla todas las veces que lo necesites, pide perdón y perdona, en oración entrégaselo a Dios y confía en que, si te han lastimado Él te ayudará a sanar y si tu fuiste el que lastimó, Él ya te ha perdonado. Una vez hecho esto, deshazte de la carta y gózate en la paz del Señor.
¡Que tengas un lindo día y que Dios te bendiga!