Una Reflexión sobre el Coronavirus

Por Aimeé Pérez

A principios de año todo fue lejano, un virus nuevo amenazaba a una ciudad del otro lado del mundo… “Wuhan” ¿Quién había escuchado ese nombre?
Pero en pocas semanas más y más gente se estaba enfermando y los más débiles se estaban muriendo… Sin embargo, realmente aún no parecía algo muy serio…

Pero en un par de meses Italia estába desconsolada, lloraba a cientos de muertos, España desesperada, contaba a miles de enfermos y en un abrir y cerrar de ojos el minúsculo bicho robaba cámara y arrasaba con los titulares de prensa:
todo el viejo continente se aislaba del resto del mundo…

En mi celular solo una noticia: el Coronavirus de Wuhan, ahora bautizado bajo el nombre de Covid-19, había llegado a América…

Tratando de despejar la mente, busqué leer otro tipo de noticias pero en el fondo me hacía la pregunta ¿Por qué Dios permitiría algo así? Mientras seguía leyendo me encontré con que una madre asesinó a sus pequeños, un adolescente mató a su maestra y a sus compañeros de escuela, México es el segundo país más alto en la trata de blancas, con un aproximado de 500,000 personas ¡al año! el mundo se encuentra a un tris de la guerra, Donald Trump sigue hablando del muro y el Chapo Guzmán tiene uno de los negocios más redituables del mundo… ¡Y yo que quería despejar la mente!
Pero no son periódicos amarillistas de esos que buscan la nota más oscura y morbosa, ¡no! ¡Se trata de la BBC de Londres, CNN, Reforma!

De repente me cae el veinte: Dios; no la vida, ni el karma, ni la madre naturaleza… Dios quiso recordarnos quién es el que mueve el pandero. Con un virus microscópico nos está haciendo recordar que no somos autónomos, ni todopoderosos; a su lado, somos demasiado pequeños…

El Coronavirus ha levantado miles de opiniones al respecto. Algunos afirman que todo es tan raro que debe ser un ardid de los gobiernos, otros aseguran que ha sido un arma biológica para controlar a las masas y terminar con la sobrepoblación, otros se cuestionan si se trata del principio del Armagedón, mientras que algunos cuántos, los incrédulos, aún a estas alturas niegan la existencia del virus e insisten en desechar el cubrebocas… En lo que sí todos coincidimos es que el Covid-19 se posesionó como el enemigo número uno de la economía mundial y eso sí, ya seamos niños, jóvenes, adultos o viejos, nos pegará de alguna manera a todos…

Sin embargo, este gigante diminuto no sólo nos afecta en la salud y en la economía, juega con nuestra mente alejándonos de todos. Y de una u otra manera comienza en cada uno a germinar la raíz del miedo…
Miedo a la muerte (a la propia y la de nuestros seres queridos)… ¿La libraremos si nos llega a dar?
Miedo a no poder abrazarnos una vez más, a morir solos en una cama improvisada en el suelo del hospital, miedo a ser portador del virus que infecte al abuelo o al hijo, miedo a perder el empleo, a que decaigan las ventas…

Pero yo creo que de todas las cosas lo que más nos afecta es la incertidumbre… El no saber a ciencia cierta ¡qué diantres es lo que sigue!
Y aunque la mayoría espera la vacuna como si ésta fuera el Mesías que nos va a venir a salvar…
Lo cierto es que, si no morimos de esta moriremos de otra y mientras Dios no permita que la ciencia invente la aclamada vacuna, mientras no permita que salga… sólo podemos esperar…

La cosa aquí es ¿cómo vivimos esta etapa de suspenso? ¿Cómo enfrentamos estos momentos en que escuchamos que la enfermedad se acerca cada vez más y más a nuestra puerta… Anteayer un conocido, ayer un amigo, hoy un familiar… Mañana… ¿Qué pasa si me toca conocer a la parca…? Pero ¿cómo estamos respondiendo ante la incertidumbre que este individuo provoca?

Debo confesar que en algún momento a mí me ha dado miedo, me he sentido amedrentada, pero como creyente, me niego a negar lo que creo, sé que Dios es bueno, que el ser humano se ha corrompido, que Dios nos ha dado en Jesucristo la salvación de nuestra alma y que ya sea hoy o mañana la muerte nos aguarda y no es el fin de los que estamos en Cristo. También sé que sufriremos, Jesús mismo lo dijo, y que nuestra confianza únicamente debemos depositarla en Dios…

Después de todo, nuestro falso sentimiento de control no ha sido más que eso, “falso”, pero Él siempre ha tenido el control de todas las cosas, inclusive de este paralizante intruso y todos los intrusos semejantes que han amenazado al hombre a lo largo de los siglos… ¿y qué nos ha pasado? ¡Como raza hemos sobrevivido! Nos hemos vuelto más sagaces, más conocedores, astutos… Solo que de vez en vez se nos sube tanto el ego que tratamos de alcanzar el cielo “nuestra torre de Babel” y entonces “baja Dios a confundirnos un poco”, o más bien a recordarnos que si Él quiere, en un tris se acaba todo… ¡Ahí mismo se acabó lo que seguía! Se acabaron los planes, la supuesta auto-dependencia y hasta la risa. Todo se pone en pausa. Los gobiernos se hipnotizan, los hospitales se colapsan, el pan de cada día se vuelve un enigma, las funerarias no bastan y los muertos apilados en la esquina.

Nos falta mucho para rozar si quiera el cielo, somos adolescentes torpes que creen saber siempre lo que están haciendo. El rico, el pobre, el más o menos… las rodillas de todos están cayendo, el mundo completo está bajo una amalgama de desolación, incertidumbre y tristeza. Dependemos de su gracia, dependemos de su misericordia, dependemos, dependemos y dependemos… Extraña palabra para quien siempre ha buscado su independencia. Y qué fuertes lecciones estamos teniendo que enfrentar para aprenderla, para vivirla. Para dejarnos caer en los brazos de nuestro Padre, el Dios eterno…


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