¿Es la Biblia en verdad la Palabra de Dios?

Esta es quizás una de las preguntas más importantes que todos debemos hacernos en algún punto de nuestras vidas. Es tan trascendente como lo es la luz para hallar la salida en medio de una oscura y profunda caverna. Si la Biblia no es la Palabra de Dios entonces el cristianismo no es diferente a ninguna otra religión. Si es meramente la fabricación de hombres astutos entonces el cristianismo tendría el mismo valor que cualquier novela de ficción, cualquier doctrina de hombres, cualquier especulación humana sin fondo, sin verdad y lo más preocupante, en total ignorancia de Dios.

En una ocasión platicaba con un familiar y ella me decía que discrepaba del cristianismo en muchas maneras. Me explicó que ella creía en la reencarnación, en que todos somos parte de Dios, en que cada vez que morimos regresa a la tierra una mejor versión de nosotros mismos y nos vamos superando hasta alcanzar la perfección… yo le pregunté honestamente cómo había llegado a todas esas conclusiones. Me dijo que no lo sabía pero que eso era lo que ella creía.

Cuando no tenemos una autoridad en el tema, cualquiera puede decir lo que quiera y creer lo que mejor le parezca. Si yo describo una aldea fantástica de mi imaginación nadie puede negar o afirmar que haya un campanario en el centro de la aldea y que tenga o no franjas anaranjadas con lunares verdes, porque no hay manera de corroborarlo. Pero si en cambio le digo que los huesos del cuerpo humano tienen franjas color naranja con lunares verdes, inmediatamente lo descarta porque basta consultar un libro de anatomía o escuchar a las autoridades en el tema del esqueleto humano y listo.

Lo mismo ocurre con Dios y todo lo espiritual. Si no tenemos una autoridad en el tema, ninguno de nosotros podríamos estar seguros de qué es real y qué no. La única autoridad acerca de Dios es Dios mismo y, si nadie ha visto jamás a Dios, es menester que Él se revele a la humanidad para poder conocerlo. De ahí que sea importante en primer lugar determinar si la Biblia es la Palabra de Dios; si la Biblia es precisamente esa revelación de Dios de la que hablamos.

En nuestra inteligencia y poderosa imaginación los hombres hacemos dioses de todo lo que se nos ocurra. Estamos conscientes de la existencia de un Creador, de un Diseñador, porque Él mismo se ha dado a conocer por medio de las cosas creadas, pero como no lo vemos, cada quien saca sus conclusiones acerca de Dios. El problema es que el único que puede saber si esas conclusiones son acertadas o no es Dios mismo. Precisamente por eso es que Dios se revela específicamente a los hombres por medio de su Palabra y finalmente en la persona de Jesucristo.

¿Cómo podemos sostener esto? En primer lugar, porque la Biblia misma dice ser la Palabra de Dios. ¿Cómo podemos usar pasajes bíblicos para apoyar los argumentos bíblicos? ¿no sería un razonamiento circular? No vamos a intentar demostrar los argumentos bíblicos con la Biblia, sino que son el punto de partida para averiguar si lo que la Biblia afirma de sí misma es verdad o no. No podemos descartar las afirmaciones bíblicas sin considerarlas cuidadosamente.

Vayamos primero hasta el primer autor humano conocido de las Escrituras; un hombre llamado Moisés. Este hombre describe su experiencia en el libro de Éxodo y nos platica cómo fue su primer encuentro con Dios.

Moisés estaba apacentando las ovejas de su suegro en un monte en el desierto y de pronto mira que hay una zarza en llamas pero que no se consume. Esto le sorprende y se acerca para examinar semejante maravilla, pero entonces una voz de en medio del arbusto le llama por su nombre y se identifica: “¡Moisés, Moisés!… Yo Soy el Dios de tu padre, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob”.

Si alguien me hubiera venido a contar una experiencia de este tipo hace algunos años habría dicho que estaba loco, que el sol del desierto le había hecho una jugarreta o que sufría de algún padecimiento mental que le hacía ver y escuchar cosas. Pero Moisés no era un tonto, el sabía que la gente no le creería cuando les dijera que había visto a Dios. De manera que le dice a Dios que la gente no le iba a creer cuando fuera con ellos a llevar el mensaje que le había dado. Dios entonces hace algo nunca antes visto. Hace tres señales increíbles, sobrenaturales, inexplicables… tres señales que le ayudarán a cualquier persona que hablara con Moisés a creer que en verdad Dios se le había aparecido.

La primera señal fue la transformación de una vara que traía Moisés en su mano; Dios la convirtió en serpiente tras pedirle que la arrojara a la tierra. Luego que Moisés tomara por la cola a la serpiente ésta se convirtió en vara nuevamente. La segunda señal fue algo espeluznante para la gente de aquel tiempo. Dios le pide a Moisés meter y sacar la mano de entre sus vestiduras en el pecho, al hacerlo la mano sale completamente leprosa, al hacerlo de nuevo se le restaura. Y finalmente le dice que si los judíos no creyeren a estas señales, entonces que tome agua del rio Nilo y la arroje sobre la tierra seca y el agua se convertiría en sangre.

Si Moisés me hubiera dicho el asunto aquel de la zarza, sin las señales, no le habría creído. Pero con todas estas señales la cosa cambia. El asunto es que Dios nunca nos ha pedido creer ciegamente en Él ni en su Palabra, Dios nos conoce, Él nos formó, y para darse a conocer y relacionarse con nosotros sabe perfectamente que somos escépticos y que necesitamos pruebas racionales que nos muestren que en verdad estamos hablando con el Dios todopoderoso.

Es verdad que no todas las personas somos iguales y que hay un alto porcentaje de personas crédulas que creen todo tipo de cosas sencillamente por seguir a la mayoría o por su necesidad intrínseca de pertenencia. De ahí que haya tantas religiones y distintas creencias en este mundo. Mi pariente creía firmemente (no necesariamente racionalmente) el asunto ese de la reencarnación para perfección sin jamás haber visto a una persona perfecta que probara haber reencarnado, sin ella misma tener evidencias o razones de haber reencarnado, es más, ni siquiera sabía por qué creía lo que creía, pero podía defenderlo hasta que la confrontación lógica o racional no le permitían argumentar más y simplemente concluía “no lo sé, pero esto es lo que yo creo y punto”.

En el caso de Moisés no fue así. El argumento fue muy sencillo: “Me apareció Dios en una zarza ardiente y me dio este mensaje. Y para que me crean me dijo que les enseñara esto”. La demostración debió ser tan convincente que los líderes de la nación le permitieron seguir adelante con lo que Dios le había pedido y hablar con el faraón a nombre del pueblo de Israel.

Lo que sigue es una serie de evidencias ante cientos de miles de testigos del poder de Dios y la demostración de su deidad. Cada una de las plagas de Egipto demostraban que los dioses egipcios no eran más que mitos y creencias humanas huecas. En contraste, el Dios verdadero, manifestaba su deidad mediante sus maravillas. De tal suerte que la deidad egipcia del Nilo no pudo evitar que éste se convirtiera en sangre hasta que el Dios de los judíos revirtió el milagro. Lo mismo con las ranas, las moscas… cada una de las plagas desenmascaraba la falsedad de los dioses egipcios y desplegaba la realidad del Dios del cielo y de la tierra. Inclusive el “gran dios sol” no pudo hacer nada cuando el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, determinó que la tierra se sumiera en tinieblas durante tres días hasta que Dios lo volviera todo a la normalidad tras anunciarlo.

Esto fue algo atestiguado por cientos de miles de personas. Pero sólo es el principio de muchas muestras más en las que Dios, a lo largo de los siglos, hablaría a los hombres y demostraría, sin lugar a dudas, que era Dios quien estaba comunicándose con nosotros por medio de intermediarios a quienes se les conoció como profetas.

A Moisés, así como a los demás profetas a quienes Dios les reveló su palabra, Dios mismo les dijo que escribieran sus palabras. De alguna manera el interés de Dios fue darse a conocer a todas las generaciones mediante el testimonio de estas personas y las naciones vecinas. Es por ello que el día de hoy tenemos las palabras de Dios registradas en la Biblia. ¿Pero qué no podría cualquier persona decir que Dios le había hablado y le había dicho que escribiera su Palabra? No cualquiera podía porque Dios había dado instrucciones específicas para demostrar quién era un verdadero emisario de Dios y quién era un falso profeta. El castigo para los falsos profetas era la muerte inmediata.

Los profetas debían reunir requisitos muy específicos que encontramos detallados en el libro de Deuteronomio capítulo 18. Es allí donde se da respuesta a la pregunta que acabamos de hacer; cómo saber si en verdad es un profeta de Dios que dice palabras de Dios: porque sus profecías debían cumplirse. Si las palabras de aquel profeta no se cumplían, el falso profeta recibía la pena de muerte. Decir que alguien hablaba en nombre de Dios era un asunto muy serio que no se tomaba a la ligera. Lo que dijera un profeta de parte de Dios tenía que concordar con lo que otros hombres de Dios hubieran dicho anteriormente pues Dios no se contradice. De manera que cualquiera que dijera ser un profeta de Dios y no cumpliera con estos requisitos no debía ser tomado en cuenta. De hecho, cualquiera que falsamente dijera hablar en nombre del Dios todopoderoso o que hablara en nombre de cualquier otro dios debía ser ejecutado.

Así es como Dios mostró a los hombres su deseo de comunicarse con nosotros y revelarse a sí mismo por medio de Su Palabra. Los profetas que comunicaron la Palabra de Dios cumplieron los requisitos y la nación entera dio testimonio de esta verdad. Muchos de ellos realizaron señales y prodigios inequívocos que dejaron de manifiesto que en verdad fueron voceros de Dios. Lo que es más, Dios mismo reveló cosas tan específicas y maravillosas que sería imposible para un hombre fabricar tal estafa.

Ante este cúmulo de evidencias, la objeción natural es el tiempo que ha transcurrido entre los escritos originales y nosotros; ¿Cómo saber que lo que hoy tenemos como la Biblia no ha sido modificado o alterado en forma alguna?

Para esto, en el siguiente capítulo tendremos que hablar un poco acerca de la preservación de las Escrituras y cómo es que la Biblia llegó a nuestras manos.


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