¿Cómo llegó la Biblia a nuestras manos?

La Biblia no se formó por un comité de personas que se reunieran en un salón con una serie de libros y determinaran cuáles libros formarían parte de esta increíble colección. El proceso no fue así, ni dependió de un grupo específico de personas en una generación específica. Fue algo mucho más complejo que tomó varios siglos y que siguió un cuidadoso proceso divino, natural, y escrupuloso.

Ya hemos dicho que los libros de la Biblia fueron inspirados por Dios. Es decir, que Dios escogió a algunos hombres a lo largo de 40 generaciones para comunicarnos Su Palabra. Estos hombres debían reunir requisitos muy específicos para que nosotros estuviésemos seguros que efectivamente hablaron de parte de Dios. En el caso del periodo comprendido antes de Jesucristo a esos voceros de Dios se les conoció como profetas. Durante el siglo primero a los hombres que Dios encomendó comunicarnos su palabra se les conoció como Apóstoles.

Pero para que nos quede más claro el proceso de inspiración, colección y preservación de la Biblia, tenemos que hablar de lo que conocemos como canonización de las Escrituras, es decir, cómo la Biblia recibió su aceptación y fue reconocida como la Palabra autoritativa de Dios.

Este proceso tomó tantos años como la Biblia misma y básicamente es el proceso mediante el que los libros inspirados por Dios recibieron su aceptación como divinos, es decir, que los libros que forman la Biblia fueran reconocidos como palabras de Dios.

Para reconocer aquellos libros que Dios había inspirado el pueblo de Dios seguía criterios muy específicos como los que mencionamos antes; que el escritor haya sido un hombre de Dios, un profeta validado y reconocido. Que Dios hubiera dado señales y prodigios o algún medio para validar que efectivamente las palabras del profeta eran Sus palabras.

En el libro de los Hechos, los apóstoles hacen hincapié precisamente en este punto en Hechos 14:3

“Por tanto, se detuvieron allí mucho tiempo, hablando con denuedo, confiados en el Señor, el cual daba testimonio a la palabra de su gracia, concediendo que se hiciesen por las manos de ellos señales y prodigios.”

De manera que así como con Moisés, Dios validó su Palabra mediante señales y prodigios, lo mismo con los escritos de otros voceros de Dios quienes por el cumplimiento de sus profecías y el testimonio de Dios mediante milagros dejaron en claro qué escritos eran inspirados por Dios y cuáles eran sencillamente obras de hombres.

De este modo el pueblo de Israel fue protegiendo y preservando aquellos escritos divinamente inspirados pues no solamente reunían los requisitos que Dios mismo había expresado sino que además tenían el poder de Dios para transformar las vidas de los lectores y edificarles.

Así, para el año 400 A.C. la totalidad de los libros del Antiguo Testamento eran ampliamente reconocidos como libros inspirados por Dios, pero no se les llamaba Biblia, sino que se les conocía como la Ley, los Profetas y los Escritos.

En nuestra Biblia moderna el Antiguo Testamento lo conforman 39 libros, originalmente eran solo 24. Los libros son los mismos sólo que fueron divididos por comodidad; por ejemplo los 12 libros de los profetas menores conformaban un solo libro en la Biblia hebrea, lo mismo con 1 y 2 Reyes, Crónicas, Samuel, etc. Las Biblias que contienen más de 39 libros para el Antiguo Testamento incluyeron libros que no eran reconocidos como inspirados por Dios y que sólo tienen un valor histórico, conocidos como libros apócrifos. En el capítulo 8 explicaré más al respecto de los libros no inspirados.

Algo que es muy importante mencionar es que los profetas que surgieron después de Moisés reconocían los escritos de los profetas anteriores como Palabras de Dios, lo que agregaba validez al reconocimiento de los libros inspirados; si alguien demostraba hablar de parte de Dios y reconocía los escritos anteriores como Palabras de Dios aunque hayan sido dados siglos atrás, era un fuerte aliciente de que Dios estaba detrás de este proceso.

Jesús mismo, por ejemplo, afirma que el Antiguo Testamento (La Ley, los Profetas y los Escritos) son Palabras de Dios cuando imparte su enseñanza conocida como el Sermón del Monte en Mateo 5 al 7, y cuando resume toda la ley en dos mandamientos en Mateo 22:37:

“Jesús le dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el primero y grande mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos depende toda la ley y los profetas”.

De esta manera, para cuando llegamos al siglo I los 39 libros del Antiguo Testamento ya eran reconocidos sin lugar a dudas como La Palabra de Dios. Pero el Nuevo Testamento comenzaba a ser escrito por hombres a quienes se les conoció como Apóstoles.

Al igual que los profetas del Antiguo Testamento, los apóstoles tenían que reunir ciertos requisitos para que pudiésemos confiar en que sus palabras eran en verdad inspiradas por Dios y por consiguiente obedecerlas y seguirlas.

La primera característica que debía reunir un apóstol era haber sido llamado personalmente por Jesús para dicha tarea. Aunado a esto, era necesario que el apóstol fuera testigo de la resurrección de Cristo y que sus palabras tuvieran el respaldo de señales y maravillas que validaran que efectivamente estos hombres hablaban en nombre de Dios.

De esta manera la iglesia del primer siglo comenzó a coleccionar los escritos de estos hombres como Palabras de Dios hasta que al final del primer siglo, con la muerte de Juan, el último de los apóstoles, se culminó la elaboración de la Biblia con el libro que hoy conocemos como Apocalipsis.

Al igual que los profetas validaron los escritos de otros profetas como Palabras de Dios, los apóstoles validaron las Escrituras del Antiguo Testamento como Palabras de Dios al igual que los escritos de otros apóstoles. Por ejemplo, Pedro habla de los escritos de Pablo como parte de las Escrituras en 2 Pedro 3:15-16.

Y ya desde principios del siglo II, en 115 D.C. Ignacio cita los Evangelios como escritos inspirados por Dios, para el 170 D.C. la lista de libros aceptados por la iglesia quedó registrada en el Canon Muratoriano, con el fin de proteger y preservar, en medio de la persecución, aquellos escritos verdaderamente inspirados.

Aun cuando era del dominio público cuáles libros eran inspirados por Dios como parte de la revelación apostólica, muchos falsos maestros comenzaron a surgir y falsas doctrinas intentaron torcer la enseñanza apostólica por lo que la Iglesia debió reunirse en concilios para proteger la revelación de Dios. El primero de los concilios quedó registrado en el libro de los Hechos en el capítulo 15, alrededor del año 50 D.C. En los siglos III y IV varios escritores de la iglesia y concilios comenzaron a reunirse para aceptar la lista canónica final. En 367 D.C. Atanasio, obispo de Alejandría, citó los 27 libros del Nuevo Testamento. El tercer Concilio de Cartago (397 D.C.) declaró estos 27 libros, y solo estos libros, para ser recibidos como canónicos. Es muy importante enfatizar que estas personas y concilios no decidieron el canon, sino que certificaron o respaldaron el canon que ya era aceptado y estaba en uso en la iglesia cristiana.

Un dato que vale la pena mencionar es que los discípulos de los apóstoles también escribieron abundantemente y es, en sus cartas y escritos, que podemos ver con claridad adicional la aceptación de los escritos inspirados por parte de la primera iglesia. Por ejemplo, Tertuliano cita en sus escritos, al final del siglo II, 23 de los 27 libros del Nuevo Testamento. De hecho, ¡la mayor parte del Nuevo Testamento puede reconstruirse solamente con las citas de los padres de la iglesia!

Pero si la Biblia es un libro tan antiguo, ¿cómo podemos estar seguros que la copia que tenemos en las manos es una copia precisa de los escritos originales? Para ello, en el siguiente capítulo le platicaré cómo es que se hicieron las copias de todos y cada uno de los libros inspirados, con el paso de los siglos.


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