¿Yo, enojada con Dios?

Proverbios 19:3

¡Buenos días mujercitas, espero se encuentren bien! Hoy platicaré acerca del enojo contra Dios porque existen muchas personas que están enojadas con Él y lo culpabilizan; ya sea por lo que vivieron o por lo que están viviendo. No importa si van a la Iglesia o no, si se creen religiosas, o si de plano se volvieron agnósticas, es más, muchas de ellas ni siquiera saben que están enojadas con Él, pero sus acciones y palabras lo dejan ver claramente. Otras en cambio, lo aceptan abiertamente y agreden todo lo que tenga que ver con Él.

Pero primero hay que comprender que buscar culpables y enojarnos es algo normal en el ser humano, no es bueno, ni es lo que Dios manda, pero sí es la norma, sino fíjate cuando tienes una discusión con alguien o cuando alguien te viene a contar que está dolida; inmediatamente nuestra tendencia es culpar a los demás y enojarnos o indignarnos con ellos, y lo mismo podemos hacer con Dios cuando pasan cosas que creemos dañinas o que se salen de nuestro control.

Y es importante que no descartes la posibilidad de estar resentida con Él y que trates de identificar si hay algo que te moleste, porque créeme, no es nada sabio estar enojada con el Todo Poderoso.

Las cosas que nos hacen sufrir o enojarnos son el resultado del pecado; ya sea el pecado que uno misma comete y que te mete en problemas, o el pecado que hay en el mundo y que te alcanza de alguna manera y es importante distinguirlos porque eso te va a ayudar a ver las cosas con claridad y a estar bien con Dios y con las personas de tu entorno.

Vamos a hablar del pecado que uno mismo comete y pondré un ejemplo que casi todas vamos a conocer: David con Betsabé. Ahí está el rey David despertándose a mitad del día cuando ve por la venta a Betsabé desnuda y la desea y tiene relaciones con ella y la embaraza, pero había un pequeño detalle, Betsabé estaba casada con uno de los guerreros más valientes y cercanos a David. Entonces el rey trama un plan maquiavélico para tapar su pecado, pero todo le sale chueco y termina matando al marido para que nadie se entere. Pero Dios saca todo a la luz y le pone consecuencias fuertes por su pecado. Pero lo que me impresiona es la respuesta del rey; no se enoja, ni se defiende, ni habla mal de Dios, ni le guarda rencor, sino que, simplemente acepta su culpa y con ella las tremendas consecuencias.

Y la mayoría de las veces no somos así, para comenzar ni siquiera aceptamos ni analizamos en qué fallamos, por ejemplo: la persona que se endeuda y lo embargan y se frustra con Dios como si una injusticia le hubiera acontecido cuando la Biblia dice que no le debamos nada a nadie y que paguemos a todos lo que les debamos, o la adolescente que se embaraza y llora amargamente porque Dios le mandó un hijo, cuando Dios dice “no fornicaras”, o la mamá que se la pasa quejándose por el horrible hijo que Dios le mandó cuando nunca le hizo caso al versículo que dice “la vara y la corrección dan sabiduría, más el muchacho consentido avergonzará a su madre”, o la esposa que se frustra con Dios porque el marido no cambia, pero tampoco obedece las Escrituras cuando dicen “Mujer respeta a tu marido”.

Proverbio 19:3 “La insensatez (o la necedad o imprudencia) del hombre tuerce su camino, Y luego contra Jehová se irrita su corazón”. O sea, primero la riegas, no le haces caso al consejo de Dios y luego te enojas, te indignas, le reclamas, hablas cosas en su contra o te alejas de Él porque tienes tus que vivir tus consecuencias ¿no suena eso incongruente? Ahora, Dios no es un Padre terrenal al que le podemos hacer una carita linda para que se arrepienta de darnos nuestra consecuencia, lo hemos visto varias veces en el estudio de proverbios “Dios al que ama disciplina” porque sabe que solo así aprenderemos a obedecer. Nos perdona y nos sigue amando, como en el caso de David, pero aun así nos deja experimentar las consecuencias de nuestras acciones.

Ahora ¿qué pasa cuando no es tu pecado el que te ha alcanzado sino el pecado de alguien más? Ahí las cosas pueden verse diferentes porque quizás pensemos que tenemos el derecho de reclamar y de enojarnos contra Dios.

Miren, sí alguien en el mundo que ha experimentado la consecuencia del pecado del hombre es Cristo y, sin embargo, jamás se enojó, ni reclamó, ni se molestó en contra de Dios, al contrario, aceptó su voluntad confiando en que Dios sabía lo que hacía.

Y quizás estés viviendo alguna injusticia como el caso de todas esas mujeres a las que su marido las abandonó para irse con otra mujer, o que les acaban de decir que tienen una enfermedad terrible como el cáncer, o las que un ratero que se metió a robar no solo sus pertenencias sino la paz de la familia, o esos padres que se enteraron que su hijo quiere cambiar de sexo, o la muerte de un ser querido… en fin… hay tantísimas cosas que parecen justificar nuestro enojo y desprecio hacia Dios y que nos hacen llenarnos de amargura y coraje, y volvemos a caer en el versículo que acabamos de leer pero ahora el pecado de alguien más tuerce nuestros caminos y en lugar de confiar en Dios y de que Él nos sacará adelante, nuestra insensatez nos lleva a enojarnos en contra Dios.

Sin embargo, no es sabio enojarnos con Dios porque Dios no es el causante del pecado (inclusive la muerte de un ser querido es la consecuencia del pecado; si te acuerdas cuando Dios creo al hombre no lo creó para que muriera, la muerte fue la consecuencia del pecado de Adán y Eva).

Entonces, aunque Dios no ha quitado las consecuencias del pecado, los creyentes sabemos que llegará un día en que todo esto pasará y todas las cosas serán hechas nuevas; un cuerpo nuevo, una nueva tierra, un mundo perfecto sin la corrupción del pecado. Pero mientras eso pasa debemos dejar la insensatez. Nada justifica nuestro enojo hacia Dios, así que, pídele perdón si lo has culpado y comienza a confiar en Él.

¡Que tengas una linda semana, y que Dios te bendiga!


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