La Ansiedad a ser Juzgado

Día 12 “La ansiedad a ser juzgado”

¡Buenos días, espero se encuentren bien! En el video pasado vimos que depositar nuestra confianza en las finanzas puede generar ansiedad en nosotros, también expliqué que debemos aprender a hacer un presupuesto y apegarnos a él, pero sobre todo a reconocer si el dinero ha tomado el lugar que le corresponde a Cristo. Hoy veremos cuando la ansiedad se origina en el miedo a ser juzgados.

Todos los seres humanos tenemos miedo a ser juzgados, es como si Dios nos hubiera dado una conciencia innata de que algún día seremos juzgados por lo que hemos hecho. Encima de esto nos angustia que la gente se entere de lo malo que hemos hecho porque sabemos que, muy probablemente nos pondrán en el banquillo de los acusados y nos juzgarán duramente y tememos que nos dejen de amar, de respetar y sobretodo, a estar en boca de todo el mundo.

Pero los pecados que hemos cometido nos pueden pesar tan fuerte que sentimos que nos asfixian, sin embargo, el miedo a ser juzgados, por Dios o por los hombres, nos incita a tratar de esconderlos en lo más profundo del armario y a tratar de olvidarlos. Pero callar nuestro pecado nunca es una buena opción, porque tarde o temprano saldrá y hará acto de presencia cuando menos lo estemos esperando y cuando esto pasa, es angustiante.

Pero la Biblia nos habla mucho acerca de eso, por ejemplo, el Proverbio 28:13 dice “El que encubre sus pecados no prosperará; Mas el que los confiesa y se aparta alcanzará misericordia”. El problema es que nos da pánico que se enteren y por eso somos capaces de negar lo evidente con un descaro sublime, como la persona corrupta que es evidente que está robando, pero insiste e insiste en negarlo. Nos da miedo el rechazo, la humillación y nos da pánico ser juzgados.

Sin embargo, sacar nuestro pecado a la luz es algo esencial para poder tener esa paz que sobrepasa todo entendimiento, el mismo Proverbio que te leí dice que el que confiesa su pecado y se aparta alcanza misericordia. Y David lo expresa literal en el Salmo 32“Mientras callé, se envejecieron mis huesos En mi gemir todo el día. Porque de día y de noche se agravó sobre mí tu mano; Se volvió mi verdor en sequedades de verano. Mi pecado te declaré, y no encubrí mi iniquidad. Dije: Confesaré mis transgresiones al Señor; Y tú perdonaste la maldad de mi pecado”.
Entonces, si tú tienes miedo a que te juzguen tienes que meditar en los pecados que estás tratando de ocultar y definitivamente confesarlos.
Pero no confesarlo a los 4 vientos y que todo el mundo se entere, Dios quiere que seamos humildes y nos expongamos delante de Él, porque solamente es Él quien puede perdonar nuestra maldad y quién puede restituirnos. Las Escrituras enseñan que cualquier pecado que cometemos es un insulto, una ofensa directa a Dios, incluso antes de ofender a las personas. Como bien lo expresó David “Contra ti, contra ti solo he pecado, Y he hecho lo malo delante de tus ojos”. Debemos buscar su perdón y para conseguirlo no tenemos que realizar grandes mandas, ni peregrinaciones, ni levantar plegarias eternas, solo tenemos que hablarle con humildad sincera y declararle nuestro pecado, “contra ti he pecado”, si no lo has hecho, reconoce el sacrificio de Cristo, Él vino para reconciliarnos con el Padre. Simplemente quítate la soberbia y exponte ante Dios, después de todo, Él ya lo sabe, conoce tus pecados pasados, presentes y hasta los futuros, solo queda que tú los confieses y pidas perdón.

Ahora, si ya lo hiciste, te toca creer 1 Juan 1:9 “Él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados y limpiarnos de toda maldad”, Ya no hay ninguna condenación para los que estamos en Cristo. Dios ya juzgó tu pecado y Cristo pagó el precio, ya no tienes por qué temer, ni angustiarte, tu deuda está saldada.

Pero ¿qué pasa cuando lastimamos con nuestro pecado a las personas? Santiago 5:16 dice: “Confesaos vuestras ofensas unos a otros, y orad unos por otros, para que seáis sanados. La oración eficaz del justo puede mucho”. Esto no quiere decir que tengamos que ir con todo el mundo a confesarnos, ni que un ser humano sea capaz de perdonarnos en lugar de Dios, de hecho, el perdón de Dios solo Él mismo puede dárnoslo y lo obtenemos solamente a través de Jesucristo, pero sí es necesario confesarle nuestro pecado a la persona contra la que pecamos para que nuestra relación sea restaurada y sanada, como dice Efesios 4 debemos hablar la verdad con nuestro prójimo y desechar la mentira.

Yo sé que puede dar mucho miedo, primero reconocer delante de nosotros mismos que no somos perfectos, segundo reconocerlo delante de Dios y tercero delante de nuestro prójimo, porque el orgullo respinga y la soberbia se interpone, sin embargo, cuando logramos romper la barrera del miedo y nos abrimos con Dios y más adelante con la persona que ofendimos, comienza una sanidad interior casi de inmediato.
No estoy diciendo que el camino vaya a ser sencillo porque aparte no podemos controlar la reacción de las personas. Por ejemplo, cuando la persona infiel logra confesar su pecado inmediatamente siente un alivio, aunque el camino para la reconciliación y la restauración no es nada sencillo.

Miren, en muchos casos seremos juzgados por las personas y tendremos que enmendar el daño que hicimos, ganarnos nuevamente su confianza y seguir caminando con Cristo, tenemos que hacer todo lo que a nosotros nos toca y como dice Romanos 12:18 “en cuanto dependa de nosotros, estar en paz con todos los hombres” y comenzar a vivir hablando la verdad y desechando la mentira.

Pero, si en verdad nos confesamos y nos arrepentimos delante de Dios, no debemos vivir en angustia, aún si el daño que hemos hecho es irreversible, porque el Todo Poderoso, nuestro Padre, nos ha perdonado y estamos justificados por la fe y tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo.

¡Que tengas un lindo día y que Dios te bendiga!


Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *