Gigantes de la Fe :: Policarpo

“Policarpo de Esmirna”

Corría el año 155, un tiempo peligroso para los seguidores de Cristo, un tiempo de traición, muerte, violencia, cuando una multitud de paganos exigía a gritos la vida del renombrado obispo de Esmirna, diciendo: “¡Que mueran los ateos, que traigan a Policarpo!”

Policarpo había sido obispo de la Iglesia de Esmirna por muchos años, aunque predicaba de Cristo con valentía, tenía un carácter apacible y tranquilo. Se cree que fue discípulo del apóstol Juan, y es sabido que Ignacio de Antioquia le escribió una de sus siete cartas.

Cuando sus perseguidores lo encontraron, quedaron sorprendidos por la bondad con la que los recibió, y la amabilidad con la que les pidió una hora para estar en oración. Sus captores accedieron y mientras el anciano se apartaba, se aseguró que recibieran algo de comer y que pudieran descansar.

Al llegar ante sus acusadores, el procónsul trató de persuadirlo diciéndole que cambiara de parecer, que considerara su avanzada edad. Ante la negativa del obispo, el juez le pidió que tan solo gritara delante de la gente: “¡abajo los ateos!”

Y es que, en aquel tiempo, a los cristianos se les consideraba ateos ya que no creían en los dioses del panteón romano y se negaban a adorar al emperador en curso. En pocas palabras, lo que el gobernante le pedía era que gritara “abajo los cristianos”.

Sin embargo, Policarpo, dando una solemne mirada a todo ese gentío politeísta que no creía en el Dios verdadero, apuntándolos exclamó: “Sí, abajo los ateos”.

El procónsul insistió que declarara que César era el Señor, y con esta insistencia vino la frase legendaria de este gigante de la fe: “Ochenta y seis años he servido a Cristo, y nunca me he hecho ningún daño. ¿Cómo, entonces, podría yo blasfemar a mi Rey que me salvó?

-Haré que ardas con fuego, dijo el Procónsul.
A lo que el anciano contestó – Tú me amenazas con fuego que arde un rato y que después se apaga, pero no sabes nada del fuego del juicio futuro y del castigo eterno que está reservado para los impíos. ¿Por qué te demoras? ¡Haz lo que quieras conmigo!

El heraldo gritó que Policarpo había confesado que era cristiano, y la multitud preparó inmediatamente la hoguera para quemarlo.

Desde el fuego se escuchó que decía: “Dios soberano, te bendigo por tomarme digno de este día y esta hora para estar entre tus mártires y beber la copa de mi Señor Jesucristo”.


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