Gigantes de la Fe :: Ignacio de Antioquía

“Ignacio de Antioquia”

Alrededor del año 107, el anciano obispo de Antioquia, Ignacio, fue sentenciado a morir devorado por las bestias bajo las órdenes del emperador Trajano. Rumbo a su martirio, es decir en el trayecto de Siria a Roma, Ignacio escribió siete cartas a diferentes destinatarios entre los cuales encontramos: al obispo Policarpo, la iglesia de Esmirna, Éfeso, Magnesia, Trales, Filadelfia y Roma.

Estas cartas constituyen un baluarte en defensa del cristianismo y el rechazo a las herejías que amenazaban la sana doctrina al comienzo del siglo segundo, tales como, el docetismo y el gnosticismo. En ellas, Ignacio defiende enérgicamente la divinidad y la humanidad de Cristo, pero también elogia a sus hermanos en la fe por sus múltiples muestras de cariño y hermandad en esa dura travesía.

Sin embargo, es en la carta que escribió a la Iglesia de Roma, en donde se deja ver la convicción y la calidad de fe, de este “Portador de Dios” como era conocido.

Resulta que el anciano obispo, se enteró que sus hermanos en cristo planeaban hacer una revuelta cuando este llegara a la capital para librarlo de las autoridades romanas y salvarlo de una muerte atroz. Sin embargo, Ignacio les escribe que lo único que necesita es oración y que Dios le conceda la fuerza para enfrentar su martirio. A continuación, les leo algo de lo que escribió:

“Que vengan el fuego, y la cruz, y los encuentros con las fieras, huesos dislocados, miembros cercenados, el cuerpo entero triturado, vengan las torturas crueles del diablo a asaltarme. Siempre y cuando pueda llegar a Jesucristo.
Los confines más alejados del universo no me servirán de nada, ni tampoco los reinos de este mundo. Es bueno para mí el morir por Jesucristo…
…Tened paciencia conmigo, hermanos. No me impidáis el vivir; no deseéis mi muerte. No concedáis al mundo a uno que desea ser de Dios, ni le seduzcáis con cosas materiales. Permitidme recibir la luz pura. Cuando llegue allí, entonces seré un hombre. Permitidme ser un imitador de la pasión de mi Dios. Si alguno le tiene a Él consigo, que entienda lo que deseo, y que sienta lo mismo que yo, porque conoce las cosas que me están estrechando”.
Estas maravillosas líneas son un pequeño ejemplo del legado que nos dejó Ignacio de Antioquia; un gigante de la fe que ansiaba con fervor encontrarse cara a cara con su Señor, “Jesucristo”.


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