Sí, ven, Señor…

Esta navidad mientras releía el recuento de Lucas acerca del nacimiento de Jesús me llamó la atención un personaje que apenas se menciona en 10 versículos del capítulo 2. Estoy hablando de Simeón, un hombre que la Biblia describe como “justo y piadoso que esperaba la consolación de Israel; y el Espíritu Santo estaba sobre él”.

Pero ¿qué tiene de importante este Simeón que nunca escuchamos de él en las pastorelas o villancicos navideños? La razón por la que llamó mi atención fue porque este hombre esperaba con ansias la promesa de Dios del Mesías que vendría. Esta promesa fue hecha inmediatamente después de la caída, desde la creación del hombre. Años después los profetas de Dios reafirmarían una y otra vez la Palabra de Dios de un redentor que vendría a reconciliar a la humanidad con Dios. Pero lo interesante es que cuando Simeón estaba en esta tierra ya habían pasado 400 años sin que ningún hombre hablara en nombre de Dios. 400 años sin profetas, cuatro siglos de silencio y con todo, este hombre esperaba la consolación de Israel.

Es tan grande su deseo y amor por el Señor que el Espíritu Santo le confirma que no moriría antes de ver con sus propios ojos al Hijo de Dios. ¿Te imaginas ¡qué promesa tan especial!? Este hombre lleno de días acude al templo el día que los padres de Jesús iban a cumplir la Ley en cuanto a los recién nacidos. Simeón toma al pequeño Jesús en sus brazos y bendice a Dios: “Ahora, Señor, despides a tu siervo en paz, Conforme a tu palabra; Porque han visto mis ojos tu salvación, La cual has preparado en presencia de todos los pueblos; Luz para revelación a los gentiles, Y gloria de tu pueblo Israel.”

No puedo comenzar a imaginarme lo que Simeón estaría experimentando, pero lo que le dice a Dios nos habla bastante de su carácter y el por qué Dios favoreció a este hombre.
Simeón reconoció que Dios cumple su Palabra y que la salvación proviene de Él. Lo que es más, bendijo a Dios porque reconoció que esta gran salvación es para todos, judíos y gentiles por igual.

Hace unos días le preguntaba a un cristiano si no le gustaría que Cristo regresara ya por nosotros. Su respuesta: “todavía es muy pronto, quiero ver a mis hijos en la Universidad y conocer a mis nietos”. Supongo que algunos tenemos nuestras prioridades confundidas. Juan, como Simeón, decía: Amén; sí, ven, Señor Jesús.


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