Dios no soporta a los chillones

¡Wow! ¡Qué fuerte título! …pero qué tremenda verdad. Vivimos en una época y una cultura en la que nos quejamos por todo, por todos y contra todos. La falta de contentamiento llena nuestras vidas en todas las áreas. Si la fila del supermercado es muy larga “¡que abran otra caja!”… si el tráfico está lentísimo “¡que horror tener que perder el tiempo aquí sentado por horas!”… Si el sermón estuvo largo, si estuvo corto, si estuvo elevado, si fue muy superficial… si la alabanza estuvo ruidosa o demasiado anticuada… en fin… como dice el dicho “nada te gusta, nada te parece, nada te satisface”.

Yo no sé si te habías detenido a pensar pero en realidad nuestro descontento es una afrenta directa hacia Dios. Una de las cosas que el Nuevo Testamento nos recuerda una y otra vez es a desarrollar contentamiento, pero pareciera que esas instrucciones las pasamos por alto muy fácilmente. Nuestras quejas y nuestro descontento es un grito hacia Dios que le dice “no sabes lo que haces, yo lo podría hacer mejor”. En realidad es una falta de confianza en que nuestro Dios sabe lo que hace y que podemos estar agradecidos cualesquiera que sean las circunstancias.

1 Corintios 10 nos apunta a la conocida historia de la nación de Israel tras ser liberados de Egipto. Ellos se quejaron por las dificultades del viaje a la tierra que Dios les había prometido, se quejaron por la comida, se quejaron por la esposa de Moisés. Llegan a la tierra prometida y se quejan que va a estar difícil entrar… se quejaron por el agua y por el desierto, y prácticamente por todo lo que les vino a la mente. Pero como dije en el título, Dios no soporta a los chillones y todos esos quejosos perecieron en el desierto.

Los hijos de Israel se quejaron porque no confiaron en el carácter, promesas o providencia de Dios. La amenaza de los enemigos, el dolor de las circunstancias difíciles, y la falta de contentamiento los llevó a quejarse. Los cuarenta años que pasaron en el desierto fueron la consecuencia de su incredulidad y quejumbre. Dios toma el quejarse muy en serio (Fil 2:14). Como el Dios de la Promesa, esperaba que sus hijos confiaran en que Él proveería lo que había prometido (la tierra, la descendencia, la bendición…)

¿Sabes? he escuchado a pastores quejarse que si la gente no los valora, que si pasan horas orando por sus ovejas y ellos ni lo agradecen, que si sufren o nadie se los reconoce… ¿por quién haces lo que haces? ¿para quien? Si estás viviendo para Dios y sirviendo al Rey de reyes, deja de quejarte y date cuenta de una vez por todas que Dios todo lo sabe y todo lo ve y que es a Él a quien queremos agradar.

Dale gracias a Dios que puedes hacer el super y que tienes dinero para pagar aunque haya una fila interminable en la caja. Dale gracias a Dios que te regala unos minutos extra sentado en el tráfico para platicar con Él y pensar en tus decisiones del día. Agradécele que hubo un sermón y una alabanza en la que tuviste la libertad para sentarte a aprender de Dios y adorarle en la compañía de otros creyentes sin peligro de tu vida…

Recuerda que Dios se goza cuando le creemos y confiamos en Él. Tengamos contentamiento y seamos agradecidos con Aquel que nos ha reconciliado consigo mismo y no nos dio nuestro merecido, sino que en su abundante gracia nos ha hecho partícipes de toda bendición en Cristo Jesús.

Dios te bendiga.


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