¿Qué tan sabia crees que eres?

Proverbios 8 y 9

¡Buenos días mujercitas, espero se encuentren bien! Hoy estaré platicando acerca de los Proverbios 8 y 9 porque ambos hablan acerca de la sabiduría. Recuerden que uno de los principales motivos del libro de Proverbios es precisamente para que seamos más sabias y más entendidas.

En estos dos capítulos se personifica a la sabiduría como una mujer que está en un terreno alto, en los caminos, en la entrada de la ciudad, en las puertas, ósea, en todos esos lugares en donde puede ser vista. Y describen que está invitando a todas las personas que van pasando a que la conozcan de una manera más personal, más íntima. También explica que la persona que es sabia tiene el tesoro más grande, que alcanzará el favor de Dios y que su vida será más larga en esta tierra.

Y tener sabiduría implica muchas cosas, para comenzar debemos tener temor de Dios, pero también dejar la simpleza, abrazar la inteligencia, ser discretas, tener cordura y sensatez entre muchas otras cosas. El problema comienza cuando nos creemos sabias en nuestra propia opinión, nos medimos con nuestro propio estándar y nos comparáramos con “doña imprudencias” y pues ¡claro! No salimos tan mal porque vemos que en realidad nosotros no la regamos tanto como ella. Pero debemos recordar que, como cristianas, nuestro estándar no lo ponemos nosotras, lo pone Dios, y ahí la cosa cambia.

Y una de las maneras en que podemos saber que tan sabias somos es viendo la manera en la que respondemos cuando alguien nos corrige, dice el proverbio 9: “El que corrige al burlón se gana que lo insulten; el que reprende al malvado se gana su desprecio. No reprendas al insolente, no sea que acabe por odiarte”.

Esto nos da una pauta: el burlón, el insolente y el malvado no son personas sabías y con esto en mente podemos comenzar a analizarnos a nosotras mismas.

¿Cómo respondes cuándo alguien te hace ver que no actuaste ni con sabiduría, ni con prudencia? te lo voy a poner un poco más personal para que se te haga más sencillo: ¿Cómo respondes cuando tus papás te corrigen, o cuando tus hermanos o alguna amiga te dicen algo acerca de tu carácter? O ¿Cómo le respondes a tu esposo cuando te comenta que tienes algún defecto que no le gusta?

¿Culpas a otros?: “Es que ellos me provocaron”. ¿Te justificas?: “Es que cuando estoy en mis días no sé qué me pasa”. ¿Te indignas?: ¿Quién se cree que es para ofenderme de tal manera? ¿Te burlas?: “¡Claro! Como si él nunca se equivocara”. ¿Sacas a relucir lo que la persona ha hecho mal anteriormente?: “Pero ya se le olvido que el otro día él estaba peor que yo” ¿Lo ofendes o lo haces menos? “lo que sucede es que es un looser que no entiende”, ¿lo criticas?: “no inventes tal persona tiene mil defectos, es coda, superficial y súper perfeccionista” …

Ahora, también sucede que cuando alguien nos confronta nos vamos a dos extremos: o nos indignamos y nos hacemos las ofendidas, hasta que el valiente que se animó mejor se echa para atrás y te pide perdón para llevar la fiesta en paz; o nos enojamos y contraatacamos al valiente, mismo que contraataca y se hace toda una batalla campal.

Pero en realidad a la mujer insensata, a la que le falta buen juicio, prudencia, madurez no le gusta aprender y no acepta el comentario correctivo o la reprensión. Porque la mujer sabia es todo lo contrario: es prudente, discreta, serena, humilde, sencilla, ella sabe que necesita escuchar en silencio, y meditar en la opinión y el comentario ajeno para poder cambiar su falla. Más adelante en el Proverbio 9 dice que la persona sabia ama al que lo reprende y se vuelve aún más sabia.

Si lo piensas tantito te vas a dar cuenta que la gente que te dice tus defectos generalmente es la gente que más te ama, quizás no te los digan de la mejor manera, o en el mejor momento, pero definitivamente te los dicen con un propósito: ¡que abras los ojos!

Y el cambio no lo puedes lograr en tus propias fuerzas, necesitas involucrar a Dios activamente porque es Él quién provoca en ti el querer como el hacer y es Él quién transforma tu mente.

En el libro de Santiago dice que la persona que carece de sabiduría se la puede pedir a Dios y Él se la dará abundantemente y sin reproche. Y ese es un versículo de esos “complicados” porque ¿a qué persona no le hace falta sabiduría? Hasta al hombre más sabio de todos los tiempos, el rey Salomón, le hizo falta más sabiduría.

Lo que sucede es que para pedir sabiduría tenemos que aceptar humildemente que no somos sabias, que nos falta mucho por recorrer y por aprender; y ahí es donde no es tan sencillo doblegar el orgullo y reconocer “soy una imprudente, soy una arrogante, soy insensata, soy ignorante, ¡Señor ayúdame! Soy un desastre” ¡Por favor dame sabiduría!

¿Me explico? La cosa no es si somos o no somos sabías, claro que no lo somos en muchas áreas, la cuestión es en pedirle al Espíritu Santo que nos revele en qué áreas debemos cambiar y hacer una estrategia para hacerlo.

Entonces, número uno: Pídele al Espíritu Santo que te ayude a identificar el área en la que tienes que trabajar, comienza por escuchar a la gente de tu entorno. Número dos: Reconoce que has pecado y lastimado a las personas, o a ti misma con esa actitud y pídele perdón a Dios por haberlo hecho. Número tres: Busca un pasaje en la Biblia que hable acerca de esa área para que te ayude a entenderlo y dejar de hacerlo. Número cuatro: Habla con tu esposo, pastor o amiga y pídele que te apoye en oración y preguntándote regularmente ¿cómo vas con esa área?

Acuérdense que todos los cristianos del mundo cometemos muchos errores porque estamos en el camino a la santificación, pero nunca debemos acostumbrarnos a nuestra manera pecaminosa de actuar.

¡Que tengas una linda semana, y que Dios te bendiga!


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