Viviendo la Fe :: ¿Pero tú, por qué juzgas?

Mateo 12 “Pero tú, ¿Por qué juzgas?”

Buenos días mujercitas, espero se encuentren bien. Hoy platicaré que a veces somos rápidas para hablar mal de las personas, juzgar su comportamiento y ponerles cargas que nosotras mismas no podemos llevar. Pero les recomiendo que le den una leída a Mateo 12 para que se den una idea más clara de lo que estoy hablando.

Recuerdo que en una de las primeras ocasiones que asistí a una iglesia cristiana, apenas terminó el sermón, me salí corriendo al jardín para fumarme un cigarrillo, a mis veinte años fumaba como chacuaco y mi vida era un caos. Recuerdo que la gente se me quedaba viendo medio raro y un muchacho se me acercó para platicar conmigo, me preguntó mi nombre e inmediatamente después comenzó a echarme el rollo mareador del por qué era pecado para Dios que estuviera fumando y del pésimo ejemplo que estaba dando.

Agradezco la prudencia de mi suegra porque al escuchar todo lo que el chavo me decía lo interrumpió acudiendo a mi rescate y solo me dijo: “no le hagas caso güerita, a mí me da gusto que hayas venido”.

La verdad es que cualquiera que me haya conocido en esa época puede testificar que el menor de mis problemas era que me fumara una cajetilla diaria.

Pero Dios nos conoce completamente, él sabe quiénes y cómo somos cada una, Él sabe tus luchas, aciertos, defectos, y hasta esos secretos que crees que solo tú sabes. Pero lo mejor de todo es que Él vino precisamente para salvarnos de nuestra manera de complicar las cosas.

Por ejemplo, le reclamamos a nuestro esposo si les habla fuerte a nuestros hijos, pero si nos desesperan a nosotras los tratamos exactamente igual o hasta peor. Eso sin contar que cuando le reclamamos su pésima paternidad, nosotras lo tratamos peor a él.

A veces criticamos a alguna persona que está haciendo algo mejor que nosotras, o que está realizando algo que en el fondo nos gustaría estar haciendo, como que se nos mete la envidia y comenzamos a hablar mal de ella. Si Fulanita donó dinero es porque quería que todos se enteraran; si está yendo a los hospitales, ¡ah! pero no visita a su propia tía; si nunca va a la Iglesia, es una perdida, si va mucho, es una mojigata.

Otras veces nos indignamos si alguien nos queda mal, pero cuando nosotras lo hacemos lo justificamos de mil maneras: “es que no tenía tiempo, se me olvidó porque traía mil pendientes”.

¿Saben? Jesús hacía cosas milagrosas y los fariseos lo acusaban de fraude, sanó a un hombre el día de reposo y se reunieron para hablar mal de él. Sus discípulos buscaban comida y los acusaron de hacer algo prohibido. Para estas personas todo estaba mal, nunca era suficiente y estaban centradas en sí mismas.

Y de una u otra manera todas juzgamos y criticamos, usamos esa increíble habilidad llamada “habla” de formas dañinas y peligrosas. Pero la cosa es que reconozcamos que lo hacemos y que intencionalmente pongamos un alto poco a poco a esta muy mala costumbre.

Plantéate a ti misma las preguntas incómodas: ¿en que te pareces a los fariseos? ¿a quién y qué críticas? Quizás a alguno de tus padres, o a tus amigas, ¿Qué juzgas en los demás que tú misma estás, o no, haciendo? ¿estás exigiendo un respeto que tu no otorgas? Quizás a tu esposo, o a las personas que no piensan como tú.

La verdad es que es normal que tengamos muchas fallas, lo que no está bien es que nos acostumbremos a ellas, debemos luchar por controlar lo que decimos y cómo lo decimos.

El tesoro más grande que poseemos es el Espíritu Santo que nos ayuda y la Palabra de Dios que nos muestra el camino, te invito a que la leas y te llenes de ella, ven en oración y dile al Señor “Padre, perdóname por ser una criticona y sentir que soy mejor que los demás, continuamente hablo sin pensar y juzgo a los demás sin ver que yo estoy peor en muchas áreas, te ruego me ayudes a controlar mis palabras”.

Te dejo con este versículo que dice “Ninguna palabra corrompida salga de vuestra boca, sino la que sea buena para la necesaria edificación, a fin de dar gracia a los que nos escuchan”.

¡Que tengas una linda semana y que Dios te bendiga!


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