Salvo… ¿para qué?

Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos. (Mat. 5:16)

Este versículo es uno de los pasajes del Sermón del Monte que resuena por todo el Nuevo Testamento. Una y otra vez la Palabra de Dios nos habla de ser ejemplo de los creyentes pero más aún de reflejar al mundo la incomparable grandeza y misericordia de Dios.

Siempre me ha llamado la atención el versículo que está inmediatamente después de aquél que nos habla que la salvación es por gracia y no por obras, ¿lo recuerdan? Efesios 2:8-9 “Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe.” Bueno, este versículo deja muy en claro que las obras no nos salvan, sino que es por la gracia de Dios que nos extendió su salvación en Cristo Jesús. Pero el versículo siguiente dice algo espectacular:

“Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas.”

Aquí, como decía un viejo amigo, es “donde la puerca torció el rabo”. La Palabra de Dios nos acaba de decir que las obras no nos salvan, pero ahora nos explica aún más: fuimos creados en Cristo Jesús para buenas obras. El propósito de nuestra vida es que realicemos las buenas obras que Dios ha preparado para que andemos en ellas. Esto quiere decir que nuestra vida debe ser una proclamación de las buenas obras que Dios ha preparado para nosotros.

Esto me encanta porque por un lado nos dice que no son “nuestras” buenas obras, sino que Dios es quien las preparó de modo que no nos llevemos la gloria. Y por el otro lado nos dice que debemos andar en ellas, como si nuestro camino estuviera tapizado de buenas obras.

¡Lo emocionante de esto es que ni siquiera tenemos que producirlas! ¡Dios ya las ha preparado! Solo tenemos que cumplir nuestro propósito y reflejar al mundo, por nuestras buenas obras, la imagen espectacular de nuestro Dios.

De manera que si no eres una persona muy elocuente o si eres un gran conversador, deja de lado por un momento todo lo que tengas que decir y permite que tus obras alumbren a este mundo sumido en las tinieblas.

¡Dios te bendiga!


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