(Prólogo del libro “¿Por que la Biblia?”)
Cuando cumplí 18 años, después de un sinsabor con la religión, me volqué al existencialismo, la trova cubana, el ambiente bohemio y el círculo de amigos libre pensadores, filósofos y detractores de todo lo que sonara socialmente aceptable. En aquellos tiempos leí a Kant, Descartes, Nietzsche, Sartre, Russell… pasaba horas enteras discutiendo los esquemas psicológicos que nos orillan a ser lo que somos y buscando a los culpables siempre fuera de uno mismo.
Cuando las conversaciones incluían a Dios cada quién tenía un concepto diferente (o la no-existencia de Él). Había quienes sostenían teorías tan increíbles y fantásticas que uno pensaría las habrían desarrollado en algún “viaje” producto del peyote o los hongos alucinógenos (y no estaríamos equivocados en muchos de los casos).
Pero invariablemente todos tendríamos algún concepto de un ser supremo; algunos lo llamábamos Dios, otros energía, otros la esencia del ser… pero todos, todos sabíamos que había algo mayor y mejor que nosotros mismos.
Me inscribí en la Universidad Nacional Autónoma de México, iba a estudiar Letras Hispánicas y Derecho, dos carreras a la vez que compartían un tronco común similar y que me darían la oportunidad de decidir lo que habría de hacer con mi vida conforme me acercara al momento definitivo. Fue aquí donde tomé la decisión más importante que me llevaría a escribir este libro.
Si todos tenemos una idea o concepto de Dios, me dije, y la religión más grande del mundo asegura que la Biblia es la Palabra de Dios, entonces sólo había dos posibilidades: que estuvieran en lo correcto, o que estuvieran equivocados. Si estaban en lo correcto y el Creador de todo lo que hay había decidido relacionarse con sus criaturas por medio de ese libro, si había decidido darse a conocer mediante la Biblia, sería una tontería de mi parte pasarme la vida ocupado en mis cosas; estudiar derecho o letras ignorando al ser supremo que quiso darse a conocer. Y si todo era una farsa, un engaño producto de nuestra débil necesidad humana de pertenencia y deseo de controlar a los demás, haría mi mejor esfuerzo por sacar a la superficie semejante verdad.
De modo que, así como los aventureros que llegaron al ártico por primera vez, o como quien sube la montaña más alta, me fijé la meta de descubrir de una vez por todas ese misterio y el motivo de tantos debates a lo largo de la historia. Habría de descubrir la verdad y nadie podría “chamaquearme” pues tendría el dominio sobre el tema.
Dejé la Universidad y comencé a tomar algunos cursos de teología en la Facultad Latinoamericana de Estudios Teológicos. Más tarde profundicé un poco más realizando estudios bíblicos en Canadá y conforme mis descubrimientos se fueron refinando, y mis dudas agrandando, decidí cursar la licenciatura en Teología en Estados Unidos. En algún punto del camino mi concepto de la Biblia se fue definiendo con total claridad pues la razón, la lógica y las evidencias históricas lo fortalecían cada vez más. Hice una maestría en teología y finalmente obtuve el grado de Doctor en Filosofía con especialidad en teología sistemática. Los grados académicos nunca han sido motivo central de mi búsqueda, sino el resultado de la misma.
Ahora, 25 años después de iniciar la aventura, he decidido compartir con usted lo que he aprendido en este cuarto de siglo.
La búsqueda no ha terminado porque cuando finalmente quedaba saciada mi curiosidad descubría que había algo más interesante debajo, y tras esto, algo más, y así sucesivamente…
Mi búsqueda original ha sido exitosa, encontré lo que buscaba. Pero el camino me ha descubierto una aventura infinita que durará toda la vida.