La Biblia dice que el hombre fue creado a imagen y semejanza de Dios. En Génesis nos dice que el propósito del hombre era reinar sobre la creación y ser un reflejo en este mundo de quién Dios es. Tristemente el hombre le dio la espalda a Dios y aun cuando seguimos hechos a imagen y semejanza de Dios hemos torcido el propósito para el cuál fuimos creados.
Ahora somos portadores de Su imagen esclavizados al pecado y por lo tanto proyectamos la imagen equivocada de Dios. Lo que le decimos a toda la creación es algo muy distinto; nuestro discurso ahora dice: “cuando nos ves, estas viendo a Dios; Él es codicioso, despiadado, amargado. Él es un asesino, un ladrón, un calumniador, un chismoso, un adúltero”…
Por eso es tan importante entender que cuando hemos sido reconciliados con Dios, Jesús nos redimió para cumplir el propósito para el que Dios nos hizo. Cristo reflejaba perfectamente al Padre, no sólo eso, sino que reinó y reina sobre toda la creación, obedeció perfectamente la voluntad de Dios y nos puso la prueba de lo que nosotros habíamos de hacer.
Recuerdo cuando conocí a Santiago, el bebito recién nacido de Abraham y Melissa y, cuando lo ves, sabes perfectamente que es su hijo porque tiene los rasgos de los padres. Si Dios es nuestro Padre, si somos parte de la familia de Dios, tenemos que reflejar los rasgos de nuestro Señor.
¿Cómo reflejas a Dios cuando conversas con los maestros de tus hijos? ¿Cómo reflejas a Dios cuando haces un tramite burocrático? ¿Cómo reflejas a Dios mientras esperas tu turno para pagar un servicio, o en el tráfico? ¿Cómo reflejas a Dios cuando llegas a casa cansado y te duele la cabeza?…
Por eso dice la Palabra del Señor: “En cuanto a la pasada manera de vivir, despojaos del viejo hombre, que está viciado conforme a los deseos engañosos, y renovaos en el espíritu de vuestra mente, y vestíos del nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad.”
Andemos en la verdad como a Él le agrada, seamos conscientes “en nuestra mente” que Dios nos ha dado la tarea más preciosa y privilegiada de toda la creación: proclamar a Cristo en nuestras vidas siendo un reflejo de Su gloria.
¡Dios te bendiga!